Erickson rara vez decía a sus alumnos qué es lo que quería enseñarles. Aunque, a veces, hacía una especie de enunciación o una simple introducción al comienzo o al final del relato. Los alumnos se frustraban a veces. Y se veían obligados a extraer sus propias conclusiones.
Había cierta confusión y un leve malestar, no terminaban de entender del todo al maestro. Sabían que había algo que no explicaba o aclaraba de forma, digamos, “intelectualmente” comprensible.
Desviaba o desplazaba la atención de los oyentes, emergían esos estados decepcionantes y, así, se producía lo que Erickson denominaba 'Los trances naturales', facilitadores del aprendizaje inconsciente.
Muchas personas iniciaban algún seminario o aprendizaje con él con la intención de hacerle muchas preguntas, la mayoría de las veces al final no las hacían, o hacían otras muy diferentes a las pensadas inicialmente.
Lo sorprendente es que algunas eran contestadas sin tener que formularlas verbalmente y siempre empezaban a darse cuenta de que estaban recibiendo más información de la que en esos momentos podían manejar.
Había gente que gradualmente se daban cuenta de cómo él estructuraba su forma de enseñar en sus seminarios o en conversaciones privadas y, por consiguiente, hasta no pasar un tiempo, meses o incluso años después no empezaban realmente a captar todo lo que realmente 'inconscientemente' había aprendido y de lo que su mente racional o analítica no se había percatado.
Es curioso. Muchos de los estudiosos de Erickson se daban cuenta de que él no se preocupaba demasiado por tener siempre éxito en su terapia. La biografía de Erickson parecía presentarlo como infalible o acertado al cien por cien…
No era siempre así. Él subrayaba que los beneficios que podían obtenerse eran a veces limitados. O sea, 'no hay varitas mágicas'.
Que los cambios que se podían esperar a veces consistirían en un mero cambio de la valoración que el paciente hacía de sí mismo y de su conducta sintomática.
No se ponía el acento en una sanación radical o mejoría directa de los síntomas. Erickson también lo dejaba claro para alivio de muchos profesionales de la salud que aprendían de él y sus métodos.
Consideraba que el terapeuta no podía hacer nada por algunas personas (por aquello de las ganancias secundarias, necesidad de mantener los síntomas, etc.). Al fin y al cabo es un reconocimiento aclarar que el terapeuta guía, orienta, aconseja y muestra el camino, enseña a interpretar el mapa, pero el territorio, el camino debe transitarlo cada uno con sus propios pies.
Ése es el verdadero cometido de un verdadero maestro. No debe recorrer el camino y realizarlo usurpando la experiencia del 'paciente'.
Si lo hace o le da fórmulas mágicas que le dicen qué le pasa, cómo le pasa, para qué le pasa y cuál es la fórmula mágica para sanar y liberar ese problema, está creando un ser dependiente de él y su sistema 'milagroso'.
Así es que el paciente, cada vez que tenga un problema, deberá recurrir a su 'maestro cuántico-milagroso-bio-clónico' para que éste vuelva a sacarle… el dinero, ¡perdón! del conflicto.
O sea, le ha convertido en un ser dependiente. De él y su sistema teórico. Pero yo pienso que para eso ya están las llamadas religiones fundamentalistas, incluidos ideologías sociales y políticas. La gran mayoría de la gente las necesita. Es un hecho, no es teoría, no se discute. Hay que quitar cadenas mentales, la mente libre. Aunque a la gran mayoría de la sociedad nos da terror. Una vez más, aconsejo el libro 'El miedo a la libertad', de Erick Fromm.
Era bien evidente en la trayectoria vital de Erickson que no le movía ningún deseo de postularse como alguna figura mítica de ningún tipo; más bien se presentaba como una especie de artesano experto y competente en su labor, evidenciaba estar muy interesado en transmitir a los interesados en la materia sus habilidades. No se preocupaba por impresionar a sus oyentes.
Lógicamente, por sus conocimientos y forma de transmitir sus experiencias, éstos se veían impresionados. Simplemente, se empeñaba por situarles en la ruta apropiada, la más importante para ellos. Lo hacía magistralmente. La razón era simple, él ya la había recorrido y seguía haciéndolo con su propia experiencia. La auto hipnosis era una práctica habitual y necesaria para él.
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