Vuelvo a Granada

Este fin de semana inicio otra edición más de mi Curso Profesional de Hipnosis y Patrones de Cambio en PNL.
Va a ser un curso que me emociona profundamente porque lo imparto en Granada. Como en la canción de Miguel Ríos, vuelvo a Granada.
Granada, mi tierra, de la que salí con apenas cinco años cuando mis padres emigraron hacia el norte.
Me vas a permitir, paciente lector, que me deje llevar y evoque aquellos tiempos lejanísimos de mi infancia. Es innegable que ha pasado mucho tiempo y que se desdibujan mis recuerdos de niñez.
La casa de mis abuelos paternos era grande, con un patio amplio y con un hermoso y mágico (para mi imaginación infantil) pozo que en verano daba agua fresca y cristalina y... ¡en invierno la daba caliente! Cosas de la naturaleza.
Atravesando la carretera y teniendo cuidado de no tropezar con los raíles del tren que la dividían, uno se encontraba de frente con su acequia, desbordada y violenta a veces, de donde yo salvé a mi querido Canelo, mi perrito compañero de juegos infantiles. Había allí unas hermosas chumberas con sus jugosos higos chumbos.
Mi abuelo era, creo, un presocrático, se anudaba un paño en la mano y cogía con un chuchillo esos higos. Sabiamente les quitaba los feroces pinchos que pretendían defender su fruto de la agresión de los depredadores como mi abuelo y otros por el estilo. Luego, limpio y sin impedimentos yo saboreaba aquel fruto, delicia de mi recuerdos infantiles.
Me vienen tantos recuerdos… la casa grande y espaciosa con su enorme entrada donde colgaban el cerdo abierto en canal después de la matanza.
Mi tío Pepe, que me cogía para que yo elevara los brazos y pudiera coger los racimos de uva de la parra que estaba altísima...
¡Qué enorme era todo! A esa edad, las cosas y las personas eran tan grandes que para verlo había que mirar siempre hacia arriba.
La casa estaba situada en la falda de una montaña donde comenzaba la sierra. Recuerdo una pequeña explanada y una higuera de la cual cogía buenísimo higos. No sé si era ésa u otra la que daba también brevas...
Y al fondo una pequeña gruta, en la que una vez entró un animal salvaje. Fue una noche en la que se armó un gran revuelo que me asustó un poco, porque se levantó mi abuelo pegando gritos, intentando sacudir a un bulto sospechoso que intentaba huir despavorido, escalando desesperadamente la falda de la montaña. Era un gato montés que, en un acto suicida, había intentando robarnos con nocturnidad y alevosía una gallina que dormitaba en lo profundo de la pequeña cueva excavada en el corral familiar. Pobre animal, creo que se murió del susto y que nunca más tuvo otra oportunidad de robar una gallinacea en el corral de mi abuelo... ¡menudo era el presocrático!
Recuerdo también a mis tíos Pepe y Conrado, por las mañanas desayunando un huevo ‘en vivo y en directo’. Yo era muy menudo y me deslizaba al fondo de la cuevita para coger los huevos que habían puesto las gallinas y ellos, sin más artificio que hacerle un agujero a cada huevo en sus extremos, se tragaban su contenido. ¡Pura ecología! ¡Huevos ecológicos ‘en vivo y en directo’, si señor!
Grande, todo era muy grande para un renacuajo de cinco añitos.
Después, desde la atalaya de mis canas, casi un anciano y más mayor de lo que entonces eran mis abuelos, he tenido una fugaz cita con los recuerdos de mi niñez. He tenido la necesidad de regresar a ese lugar, a ese pueblo andaluz llamado Pinospuente, cunita de mi infancia agigantada.
Busqué en la memoria inútilmente. Habían tirado hace muchos años la casa, el pozo había desaparecido. Y las chumberas y sus jugosos higos seguían existiendo ya sólo en mi memoria.
¡Canallas especuladores! Querían haber construido un edifico, un hotel o no sé qué diablos me dijo un vecino al que, al preguntarle por mis abuelos Horacio y Piedad, en seguida me dio cuenta de que habían vivido “allí, al final del pueblo, en la falda de la montaña”.
Me fui para allí. Busqué y busqué queriendo encontrar aquello que sólo existía en mi memoria infantil, distorsionada y desdibujada. Esa memoria que me hace absolutamente presente a mi perrillo, a mi Canelo, como si ahora mismo lo acabara de sacar de las embarradas y turbulentas de la acequia, evitando como entonces su muerte segura… Eso lo tengo tan vivo y real como entonces. Los dos éramos unos cachorrillos inocentes que apenas sabían nada de esta vida más allá de nuestra inquebrantable amistad.
¿A qué podía agarrarme para reencontrarme con lo que yo había vivido? De repente me acordé de la higuera. Sí, la montaña seguía allí. Los especuladores no habían podido moverla ni un centímetro. Subí y, sí, mi infancia estaba allí. La higuera, la cueva pequeña también... ¿el gato montés? A ése mejor ni nombrarlo. Desde allí eché un vistazo y vi con amplia perspectiva la realidad y la distorsión de la memoria.
Allí estaba el yo adulto intentando colocar las piezas del puzzle que mi memoria infantil se había ido tejiendo por con hilos de tiempo, tamaño y espacio. Reubiqué de nuevo la casa, los lugares, el espacio ocupado por cada elemento y ¡zas! ya tenía a cada cosa, persona y emoción en el lugar que le correspondía.
Incluso llegué a descubrir un trozo del pozo roto y empequeñecido.
Descendí de la falda de la sierra. Dije adiós y para siempre a la higuera de mi memoria infantil. Ella me había sido fiel, me había estado esperando todo este tiempo.
Gracias a ese prodigio de la naturaleza yo pude recomponer mis recuerdos, colocar mis emociones en el contexto apropiado para, con tristeza y dolor apaciguado por la comprensión adulta, decir adiós a ese rinconcito.
Al bajar y volver a la carretera, mi dolor se recrudeció porque recordé que dos de mis tíos habían dejado jirones de su cuerpo y de su alma atropellados en ese asfalto.
Me estoy dando cuenta, con tanto recuerdo, de que es como si hubiera hecho una regresión, algo parecido a lo que tantas veces induzco con hipnosis a mis pacientes. Una regresión a la infancia, a aquellos días eternos.
Por todo esto es tan importante que mi próximo curso, el que inicio este fin de semana, sea en Granada. Y por eso me he permitido la licencia de contaros una parte de mi vida. Espero no haberme hecho muy pesado.
Así que, después de la reciente conferencia que ofrecí allí la semana pasada, ya sólo me queda esperar que llegue este sábado.
Granada, tierra soñada por mí, vuelvo a ti.
Vuelvo a Granada.

1 comentario:

  1. Gracias por compartir esa parte tan especial de ti, de tus recuerdos, de tus sentimientos...
    Los que ya hemos sido tus discípulos sentimos cierta "envida sana" de los nuevos pupilos, esos que tendrán la suerte de contar contigo y con tus conocimientos. Que pases unos días muy feliz, al igual que las personas que te acompañarán.

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