Algo más que cuerpo y cerebro


El Libro tibetano de los muertos, también llamado Bardo Thodol, es una guía de instrucciones para los muertos y los moribundos. En este libro se considera que la muerte dura 49 días y que después sobreviene un renacimiento en el ciclo de la reencarnación. Basándose en esta creencia, el libro da algunas recomendaciones a tener en cuenta durante ese período intermedio del Bardo.
El libro se lee al moribundo o recién fallecido como una guía para penetrar en el nuevo mundo de la muerte. El bardo se convierte así en una especie de estado intermedio entre la muerte y renacimiento. En el budismo tibetano se cree que al morir la conciencia de un individuo entra en este estado denominado bardo, entre la muerte y la próxima vida, en el que se supone que el alma se prepara para renacer.
El que llega al momento de su muerte preparado, con una conciencia madura espiritualmente, experimenta la gran luz, fuente de toda energía y vida, con la que el que ha muerto puede fundirse y alcanzar la liberación a través del nirvana.
Pero si la conciencia no puede permanecer fija en esa gran luz, descenderá a reinos inferiores y se encontrará con deidades pacíficas o airadas, con las que copulará. A partir de ese instante, la conciencia entra en el vientre de una mujer y renace en la tierra.
Esto es lo que nos plantea la cultura y la religiosidad tibetana.
Lo curioso del caso es que gente de otras latitudes, de otras religiones y costumbres que no conocen ni de oídas la cultura tibetana y mucho menos el Bardo Thodol, llegan a tener experiencias íntimas muy parecidas a las que se narran en este libro.
Hace años, trabajando en hipnosis con un cliente derivado de la consulta de psiquiatría del doctor Fernando Jiménez del Oso, tuve la oportunidad de tener un acercamiento directo a estas experiencias del llamado ‘estado intermedio’.
Narrada muy sucintamente, ésta es la historia. Un hombre de 40 años lleva la mitad de su vida en una silla de ruedas por un accidente de coche. Los médicos le han diagnosticado un ligero brote de esquizofrenia paranoide. Esta esquizofrenia está en una fase muy débil, según él, y supone una extensa paranoia, según los médicos. Es un tipo extraordinario, porque a pesar de sus limitaciones físicas, no necesita ayuda de nadie y se las apaña magníficamente con las tareas cotidianas de su casa, maneja perfectamente su coche. De hecho, viviendo en un pueblo alejado de Cantabria, viaja con regularidad a Madrid donde busca aparcamiento (lo cual ya es de por sí casi milagroso), desmontando y montando la silla de ruedas con autonomía. Por su propia iniciativa y sin ayuda recorrió las aceras hasta llegar a la calle donde estaba el gabinete. Allí llamó al timbre y esperó pacientemente hasta que se le abrió, necesitando únicamente ayuda para llamar al botón del ascensor. Después de terminada la consulta, le ayudé a bajar de nuevo y le vi perderse entre el trafico y la marabunta de gentes hasta regresar a donde estaba aparcado su coche. Volvió de nuevo por sus medios a su casa. Yo me admiré por su actitud, su coraje y su pundonor.
Este hombre valiente me vino a la memoria hace poco, cuando vi a un tipo de más de 80 años que intentaba abrir una caja de leche y que no era capaz ni de dar vueltas al tapón enroscado. Llegó a coger un cuchillo y la rajó por otro lado. Sólo así lo consiguió. Por no saber, no sabe ni ducharse solo... ¿la edad? No, porque cuando era joven, 30 o 40 años, su mujer tenía que ducharle ya que él no se aseaba bien... ¿tonto? No, ya que a la hora de ponerse en la mesa a comer es el primero y el último que se levanta.
Pues bien, este hombre admirable de 40 años que debe convivir con una silla de ruedas, me pidió que le ayudara a conseguir algo que los psiquiatras, con toda su ciencia y arsenal de fármacos, no habían conseguido. Me pidió que le ayudara a recordar y saber el significado de unas visiones oníricas que le venían acompañando y le angustiaban desde que tenía unos dos o tres años de edad.
Con esa edad, tenia constantes sueños repetitivos en los que se veía o se sentía como una bola de luz, una energía luminosa en algún lugar del espacio, como en el cielo. No sabía sabía verbalizarlo de otra manera, pero me relató que era consciente de que se estaba preparando para bajar al mundo de la forma física. Me contó que en aquel momento, siendo un niño de tan pocos años, no lo lograba entender pero que, ahora con 40 años, tenía la impresión de que era una especie de lugar o estado en el que las almas se preparan para para renacer. También me explicó que junto a él había cientos de luces, que él apreciaba como otras almas esperando a descender a la tierra. Cada una de esas luces tenía a su vez otra luz mayor, una especie de guía o espíritu maestro que marcaba la orientación, indicando cuándo y cómo renacer. Este hombre aseguraba que en su visión esos guías daban consejos e indicaban las condiciones en que cada alma viviría en la Tierra, así como la misión que debía cumplir cada cual.
“Yo quería renacer rápidamente -me explicó con cierta tristeza reflejada en el rostro-. Mi guía o maestro no me lo aconsejaba y me decía que no era el momento, que debía esperar un poco más, porque si bajaba rápidamente lo pasaría mal, tendría un grave accidente. Me mostraba imágenes de cómo sucedería todo, con un accidente, una invalidez de por vida, dolor y llanto. Eso era lo que me aguardaba si me precipitaba y decidía bajar en contra de sus consejos. No le hice caso. Me empeñé en bajar y, por desgracia, todo se fue cumpliendo: nací en un hogar de gente bruta, primitiva, que me traumatizaron, era un pueblo perdido en la montaña con gente beata y supersticiosa. Además, un loco de atar que se las daba de profeta me tomó manía cuando yo tenía 3, 4, 7, 8 años. Decía que yo era el ‘hijo de la perdición’ que cita la Biblia... En fin, un mundo de locos de atar y fanáticos de ideas obsoletas y sectarias. Y cuando llegué a los 20 años, tal y como me había mostrado mi guía antes de tomar cuerpo físico, tuve el accidente. Un amigo y yo nos metimos en su coche, de noche, para dirigirnos a la fiesta de un pueblo vecino y, en la curva de la salida del pueblo, en la curva donde yo tenía visiones trágicas del accidente casi desde que era un bebé, nos chocamos. Fue por exceso de velocidad. Él murió en el acto y yo quedé como me ves ahora, en una silla de ruedas de por vida. Todo, todo lo que me anticipó mi guía espiritual allá arriba se ha cumplido”.
Escuché atentamente su relato. Por muchos años que lleve haciendo terapias y cursos, no dejo nunca de asombrarme con las historias que me suelen contar mis clientes y alumnos. En estos momentos es cuando se conoce verdaderamente a la persona: escuchando sus relatos, lo que dicen y cómo lo dicen. En los libros de texto académico no hay nada más que teorías y supuestos con los que intentan explicar qué es una persona.
¡Error!
Eso son relatos obsoletos, limitados y falsos sobre la verdadera psique humana.
-       ¿Qué quieres que yo haga, qué piensas que puede hacer la hipnosis por ti? -le pregunté-.
Respiró profundamente. Exhaló largamente, desahogando cierto nivel de ansiedad y me contestó:
-       En realidad nada, no espero milagros ni nada por el estilo. Solamente quiero que me ayudes a volver a la etapa de los 3-4 años, que me ayudes a recuperar aquellos recuerdos y, si es posible, vuelva a tener aquella edad... quiero saber más, quién era aquel guía, qué tengo que comprender, etcétera. Todo esto encierra un misterio que me angustia y que necesito comprender. La Psiquiatría dice que lo que tengo, que esos recuerdos y sueños, son solamente paranoias mías creadas por mi infancia entre aquellas gentes supersticiosas. Pero yo no lo creo, sé que desde pequeño tenía aquellos recuerdos, aquellos sueños. Yo desde niño ya sabía cómo iba a transcurrir mi vida. Sabía desde muy niño que no me casaría, por ejemplo, que tendría un grave accidente. Eso lo sabía, lo recordaba desde que tengo uso de razón...
Cuando escuchas estas explicaciones y sabes que quien te las cuenta no te miente concluyes que parece existir un estado de conciencia previa a la entrada en un nuevo cuerpo físico.
¿Vida antes de la vida?
Seguramente que esta experiencia que me contó este paciente apunta en esa dirección.
¿Investigar este caso y otros cientos parecidos es de verdadero científico?
Realmente este hombre me contó muchas más cosas, igual de fantásticas, que no relato por razones de espacio (tal vez otro día lo cuente).
¿Qué podemos reflexionar o concluir de esta historia?
El lector amigo de este blog me perdonará pero, sin ánimo de sentar cátedra de sabiondo, creo que estos relatos apuntan a esta realidad evidente aunque no demostrable: somos un alma, psique o espíritu, que tiene existencia en algún plano fuera del cuerpo físico, porque lo físico al final es nada más y nada menos que el vehículo a través del cual se expresa esa compleja (y
difícil de definir) energía llamada consciencia.
Somos algo más que un cuerpo y un cerebro. La dimensión transpersonal
es inherente a la condición humana, como lo es la humedad al agua.
Lo sé porque utilizo el verdadero método científico, esto es, investigo con metodología específica, una y mil veces, sobre mí mismo (autohipnosis, meditación y mi propio hipnoanalisis), así como sobre cientos de clientes y alumnos. Todos compartimos estos métodos, estos sistemas. Y, cuando lo hacemos con regularidad, las experiencias van aflorando. Esta es nuestra vivencia propia, porque somos científicos prácticos y no teóricos.
Estimado lector, haz tú lo mismo… verás como llegas a conclusiones parecidas. Y recuerda que, como dijo el sabio: “toda teoría es gris y sólo es verde el árbol de doradas frutas que es la vida”.
O algo así.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Lo más visto de este blog