Hipnosis, marcapasos y chiste


Yrithinnd
 Quiero traer a este blog lo que me ocurrió un día en el que me sentí muy afortunado como profesional de la hipnosis.
Fue una ocasión en la que todo parecía indicar que una persona estaba inevitablemente obligada a pasar por una peligrosa y dolorosa situación. Pero un trabajo en equipo impecable, en el que unos profesionales de la sanidad pública colaboraron con generosidad, permitió que una operación para cambiar una válvula de un marcapasos finalizara con la paciente contando chistes.

Y en todo aquello tuve la suerte de participar.
Fue hace bastantes años, en el Hospital de Txagorritxu, en Vitoria.
Recibí la llamada de una doctora pidiéndome la ayuda de la hipnoterapia para su madre. La paciente era una mujer de avanzada edad a la que iban a intervenir quirúrgicamente al día siguiente.
La pobre mujer sufría una infección a consecuencia de una válvula de su marcapasos, por lo que los cirujanos debían cambiar dicha válvula por una nueva.
Esta paciente no iba a recibir ningún tipo de anestesia, ya que padecía un tipo de diabetes que lo hacía totalmente desaconsejable.
Por si fuera poco, en la anterior intervención en la que le fue colocado el marcapasos lo había pasado muy mal.
Así que el cuadro era bastante complicado: una mujer de avanzada edad se iba a enfrentar a una operación de cambio de válvula de marcapasos sin anestesia, con un malísimo recuerdo de la intervención anterior. Esta mujer estaba asustadísima, con grandes dosis de ansiedad y muchos problemas para conciliar el sueño.
Pero aquí finaliza el relato de la parte negativa de esta historia porque después todo mejoró.
Por suerte, el responsable del equipo médico que realizó la intervención quirúrgica había sido formado en Sofrología por el psiquiatra Alfonso Caycedo y entendía que la hipnosis (técnica madre de la Sofrología) sería una buena ayuda por poco resultado que diese. Siempre sería mejor que nada, obviamente.
Así que me puse manos a la obra.
En la misma habitación del hospital, ante la atónita mirada de algunas enfermas de la misma habitación y las enfermeras que controlaban todo el proceso, hipnoticé a la paciente a un nivel lo suficientemente apropiado como para dejarle anclada una orden post-hipnótica. Esta orden me sirvió de gran ayuda durante el tiempo que permanecí después en el quirófano para mantener su trance hipnótico.
La extracción, curación y colocación de otra válvula duró casi cuatro horas.
Mediante la orden post-hipnótica y la enorme sugestionabilidad de la mujer, logré que se disociara de todo cuanto ocurría en el quirófano: como si su cuerpo hubiera quedado dormido (analgesia) y su mente viajara a otro lugar, fuera y lejos del hospital.
Para la disociación me serví de un lugar que ella misma me sugirió. Ella me contó, emocionada y casi con lágrimas en los ojos, que en el salón de su casa se sentía plenamente feliz, rodeada de fotografías y recuerdos de casi toda su vida matrimonial, hijos, nietos… Poseía una tremenda facilidad para sentirse realmente en ese lugar, incorporando todos los elementos sensoriales, disociándose de su cuerpo y de su entorno frío y desangelado de una sala de quirófano.
Inhibida su mente crítica, activada su zona subcortical o subconsciente, actué directamente con los estímulos verbales que generaban respuestas talámicas, evocando comunicaciones simbólicas que provocaban respuestas emocionales positivas de tranquilidad, insensibilidad, analgesia, etcétera. (Ver W. Kroger, Hipnosis Clínica y Experimental)
Los médicos habían planeado realizar la intervención en dos fases con un intermedio de quince días. Pero las cosas fueron tan bien que se realizó todo en una única sesión.
Tampoco quiero arrogarme méritos que no me corresponden. Debo reconocer que la clave del éxito estuvo en la sugestionabilidad y la capacidad para disociarse que tenía aquella mujer. Podría decir, exagerando un poquillo, que al margen de acompañar con la orden post-hipnótica y de trabajar las sugestiones, mi objetivo fue estorbar lo menos posible al equipo médico dentro de aquel quirófano.
Y al final, después de cuatro horas de intervención para cambiarle con éxito su válvula, la buena señora octogenaria, llena de entusiasmo y jovialidad, abandonó el quirófano contando un chiste y gastando bromas a las enfermeras.
Yo, la verdad, estaba muy sorprendido.
¡La mente humana y sus complejos mecanismos no dejan de admirarme!
Ya lo dijo Arthur Conan Doyle: "Probablemente, de las últimas cosas que la mente humana llegará a conocer sea a sí misma"
En fin.. Sed felices al menos un rato, si podéis.

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